enero 24, 2013

las más primitivas de las emociones...

No sé cuántos años tiene. Son 30, quizá 40 los años que nos separan, pero le siento afín, le siento cercano.

No le he visto nunca, pero algunas veces percibo su presencia en los alrededores de mi lugar favorito.

Percibo su presencia en aquellos jardines, quizá en el molino de madera, quizá respirando el aire dulzón de aquellas aguas mansas.

No le conozco, pero lo extraño cuando no está. Y espero el 4to día de la semana para saber de él.

Y en las horas de descanso releo mis notas favoritas, como aquella que habla del tiempo y dice "Despertar es darnos cuenta de que sigue intacta la herida: nunca es tan presente el ser amado como cuando ya no está"

Me acompaña también durante las casi 10 horas diarias en que estoy en la oficina, volteo a la derecha y leo " Aprendí que existir es un hecho, y vivir es una arte"

Tiene su espacio en mi blog, tiene su espacio en mi mente, quizá no me crea si le digo que tiene su espacio en mi corazón.

Lo imagino de vez en cuando escribiendo no en el computador sino en un papel, por el sólo hecho de escuchar crujir las hojas bajo la firmeza de su espíritu.

Agradezco que no escriba de política, y lo admiro por preocuparse por aquellos a los qué el siempre ve fuera del cementerio vendiendo flores, y los imagino y los veo y me preocupo yo también aunque nunca pase por allí.

No espero verlo algún día. Pero si lo hago sé que estos oscuros ojos achinados se llenarán de miel, de ternura y gratitud. Y él quizá piense que soy una más. Pero yo diré, es él.


Gracias por existir Bernard.


Gracias por darse el tiempo para las cursilerías. 

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