Yo quiero
creer que voy a abrir los ojos cada día
como si fuese la primera vez. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y espanto, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo algo llamado amor, de lo que se habla mucho pero se
entiende poco.
Subiré al primer
autobús que pase, sin preguntar a dónde
se dirige, y me bajaré en cuanto vea algo que me llame la atención. Pasaré junto a un mendigo que me pedirá una limosna. Tal vez se la dé, tal vez me parezca
que se la va a gastar en bebida y pase de largo -escuchando sus insultos y
entendiendo que esta es su manera de
comunicarse conmigo-. Veré a alguien que está intentando destruir la cabina
telefónica. Tal vez intente impedírselo, tal vez entienda que hace eso porque
no tiene a nadie con quien conversar al otro lado de la línea y, de esta
manera, busca espantar su soledad.
Voy a mirarlo
todo y a todos como si fuese la primera vez, sobre todo las pequeñas cosas, a las que ya estoy acostumbrado, de forma que
acabe olvidándome de la magia que me
rodea: las teclas de mi ordenador, por ejemplo, que se mueven con una energía que yo no logro entender; el papel que aparece en la pantalla y que hace
mucho tiempo que no se manifiesta de manera física, aunque yo crea que estoy escribiendo en una hoja en blanco,
en la que resulta muy fácil corregir, apenas apretando una tecla. Al lado de la
pantalla del ordenador se acumulan algunos papeles que nunca llego a poner en orden por falta de paciencia, pero, si empezara a pensar que esconden novedades, todas
estas cartas, notitas, recortes y recibos adquirirían vida propia y tendrían historias
curiosas sobre el pasado y sobre
el futuro que contarme. Tantas cosas
en el mundo, tantos caminos recorridos,
tantas entradas y salidas en mi
vida…
Voy a ponerme
una camisa que uso muy a menudo y por primera vez voy a prestar atención a su
etiqueta, a la manera como fue cosida, y voy a intentar imaginarme las manos que la diseñaron y las máquinas que
transformaron este diseño en algo material, visible.
E incluso las
cosas a las que estoy acostumbrado -como el arco y las flechas, la taza del desayuno, las botas que se
transformaron en una extensión de mis pies de tanto llevarlas- se verán
revestidas del misterio del redescubrimiento.
Que todo lo que toque mi mano, vean mis ojos o pruebe mi boca sea diferente ahora, aunque haya sido igual
durante tantos años. De esta manera, todas ellas dejarán de ser naturaleza
muerta, empezarán a transmitirme el secreto de por qué han permanecido tanto
tiempo junto a mí y manifestarán el milagro del reencuentro con emociones
que ya habían sido desgastadas por la
rutina.
Quiero mirar
por primera vez al sol si mañana hace buen tiempo; observar el tiempo nublado si mañana el día es gris. Por encima de
mi cabeza existe un cielo del que la humanidad entera, durante millares de años
de observación, ya ha dado una serie de explicaciones razonables. Pues me olvidaré de todo lo que he aprendido sobre
las estrellas y ellas se transformarán de nuevo en ángeles, o en niños, o
en cualquier otra cosa en la que tenga necesidad de creer en un momento dado.
El tiempo y
la vida lo fueron transformando todo en algo perfectamente comprensible -y a mí
me hace falta el misterio, el trueno
que es la voz de un dios enfurecido,
y no una simple descarga eléctrica que provoca vibraciones en la atmósfera. Yo quiero llenar nuevamente mi vida de
fantasía, porque un dios enfurecido
es mucho más curioso, aterrador e interesante
que un fenómeno físico-.
Y,
finalmente, que me mire a mí mismo como si fuese la primera vez que estuviese
en contacto con mi cuerpo y con mi alma.
Que mire a esta persona que camina,
que siente, que habla como cualquier otra, y que me quede asombrado con sus gestos más simples, como conversar con el cartero, abrir la correspondencia o contemplar a su mujer durmiendo a su
lado, preguntándose con quién estará soñando.
Y de esta
manera seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser: una sorpresa permanente
para mí mismo. Este yo que no fue criado ni por mi padre, ni por mi madre ni
por mi escuela, sino por todo aquello
que he vivido hasta hoy, que olvidé repentinamente y que estoy descubriendo de
nuevo.
Paulo
Coelho.
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