Existe el infierno este septiembre en que un niño debería nacer y mostrar al mundo su tan deseada sonrisa.
Pero no hay niño por nacer, sólo hay embarazadas alrededor.
Embarazadas en la caja del supermercado, embarazadas en la fila del cine, embarazadas en las reuniones de trabajo.
Hay una madre que llora noches sí, noches no. Porque nunca verá las cejas de su niño, ni tocará los deditos de sus pies.
Hay una madre que se sabe triste y no tiene ganas de alegrarse, porque esa tristeza le recuerda al hijo que no está.
Ese corazón que dejó de latir, quizá en el vientre, quizá en el baño. Ese corazón que se detuvo y no saber si hubo dolor en ese proceso.
Si le quemaba la piel, si le dolía su cuerpito de fréjol, si sintió algo al dejar ese espacio que debía albergarlo y no pudo.
Existe el infierno para esa madre que mientras sacaban de ella los restos de la cuna de su hijo, prometió sonreír en su honor, pero sólo quiere llorar.
Existe el infierno para esa madre que prometió ser madre de dos aunque velara solo por una.
Existe el infierno cuando esa madre no cumple sus promesas, cuando grita a su niña, cuando se cansa de los quehaceres de casa, cuando se desgasta de tanto pensar.
El infierno existe. Al esperar que haya un cielo, un cielo donde pueda algún día ver a ese hijo que no pudo nacer. Y escucharle decir mamá.
Pero no saber si hay un cielo. No saber si podrá verlo, abrazarlo, olerlo, acariciarlo.
Ese no saber es un infierno. Aquí. Cada noche antes de dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario