“No te detengas nunca
cuando quieras buscarme. Si ves muros de agua, anchos fosos de aire, setos de
piedra o tiempo, guardia de voces, pasa. Te espero con un ser que no espera a
los otros: en donde yo te espero sólo tú cabes. Nadie puede encontrarse allí
conmigo sino el cuerpo que te lleva, como un milagro, en vilo. Intacto,
inajenable, un gran espacio blanco, azul, en mí, no acepta más que los vuelos
tuyos, los pasos de tus pies; no se verán en él otras huellas jamás. Si alguna
vez me miras como preso encerrado, detrás de puertas, entre cosas ajenas,
piensa en las torres altas, en las trémulas cimas del árbol, arraigado. Las
almas de las piedras que abajo están sirviendo aguardan en la punta última de
la torre. Y ellos, pájaros, nubes, no se engañan: dejando que por abajo pisen
los hombres y los días, se van arriba, a la cima del árbol al tope de la torre,
seguros de que allí, en las fronteras últimas de su ser terrenal es donde se
consuman los amores alegres, las solitarias citas de la carne y las alas”.
Pedro Salinas
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