Por muchos años me alejé de Dios, de Dios Padre y de Dios Hijo. Rezar un Padre Nuestro, dirigirme a él, simplemente no podía.
Fue ella, su Madre, mi Madre, quien me sostuvo durante ese tiempo, con Ella la conversación siempre fluía -junto con las lágrimas-, Ella no me dejó hundir más, Ella me sostuvo a flote. Ella con su amor.
Pero ayer comprendí algo... y es que es imposible ir a la Madre sin llegar al Hijo. Lo que hablamos con María, se lo transmite a Jesús porque en su corazón de Madre está el corazón de su Hijo, y en el corazón de su Hijo está el corazón de su Madre.
En aquella época de libertades, de confusiones y de dolor no era digna de hablar con mi Padre Dios, así me sentía; en cambio con Mamá María había más confianza, más soltura. Yo no lo sabía, no lo sospechaba, no lo sentía... pero ahora tengo la certeza que Jesús siempre estuvo a mi lado.
Dichosos aquellos que pueden hablar con Dios, dirigirse a él, orar con él, presentarle sus anhelos y sus preocupaciones... realmente es una dicha poder hacerlo, hablar con nuestro Padre todopoderoso y todoamoroso. Pero cuando no se puede, cuando el pesar nos rodea, qué bendición es poder hablar con mamita María.
¡Gracias Señor por darnos a tu Madre!
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