Para subir una escalera, necesitamos poner un pie en el escalón superior mientras mantenemos el otro en el escalón inferior y luego por milésimas de segundo (o un poco más dependiendo de qué tipos de escalones se trate) estaremos en el aire y corremos el riesgo de resbalar. Por eso es bueno contar con un pasamanos para evitar caer o al menos para que la caida no sea tan fuerte.
Los pasamanos están ahí, depende de nosotros si los utilizamos o no. Depende de si la escalera ya la conoces de antes. Depende de la seguridad que tengas o si dudas mientras tienes el pie en el aire. Si decides no utilizarlo y luego lo necesitas puedes sostenerte si te das cuenta en el momento oportuno.
Si llegas a caerte, pues va a doler. Inclusive aunque hayas pisado seguro, aunque tus pasos hayan sido firmes, si es que te caes dolerá, y tiene lógica, porque no vas a entender las causas, si se supone estabas haciéndolo todo bien. Lo importante es ver más allá y encontrar, entender y aceptar las causas. Es necesario aceptar los raspones, negarlos no sirve de nada. Y por último es necesario pararse, después decidirás si te quedas en el escalon un tiempo, o si quieres avanzar (recuerda que probablemente debas pasar junto a lo que causó la caida).
Algunas veces subes solo la escalera, algunas otras las subes acompañado. Puede que caigas junto a quien te acompañe. Puede que caigas sólo y quien te acompañe te ayude a subir. O puede que alguien desde su propia escalera extienda su mano y te ayude. Puede que tú aceptes o niegues la ayuda. También puede ser que caigas en los brazos de quien te acompañe.
Hay mil escaleras, diez mil escalones, cientos de pasamanos, millones de motivos, decenas de acompañantes y billones de decisiones. Las combinaciones son infinitas y muchas veces no estamos concientes de a dónde exactamente llegaremos. En fin, lo importante no es llegar, sino aprender a disfrutar del camino.
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