La mujer se estira en toda la extensión de su piel sabrosa,
abre brazos y piernas, tal como si se desperezara pero más bien perezándose.
Siente que la boca del hombre va ascendiendo a su boca y cuando por fin cada
lengua se encuentra con su prójima, ambas proponen o resuelven o gimen:
"Qué importa si es o no repetición, qué importa si es prólogo o desenlace.
Estamos. Somos. Una y uno. Dejemos que la muerte nos odie desde lejos. Desde
muy lejos. Somos. Estamos. Tan cerca de vos que soy vos. Tan cerca de mí que
sos yo. Una + uno = une." Se unen, pues. El mundo queda fuera, con sus
culpas, sus deberes, sus ropas. El desnudo y la desnuda son únicos testigos del
amor sin testigos. Uno sobre otra, o viceversa, la humedad de sus vientres es
de ambos. Los cuerpos (esos futuros, inevitables proveedores de ceniza) borran
de un placerazo sus condenas y también se reconocen y trabajan. Trabajan y se
gozan, únicos en el mundo, por fortuna olvidados. Entonces ella piensa o grita:
"Vení", y él canta o piensa: "Voy". Y así, poco a poco (y
al final, mucho a mucho) se ensimisma y celebra, se alucina y consuma el
va-i-vén.
http://www.saudaderadio.com/2014/08/vaiven.html